PEQUITO EL AVENTURERO

Pequito el aventurero es mi ópera prima. Es una novela corta para niños que nos transporta a una realidad de la que intentamos rehuir. Pequito los llevará de la mano a su mundo fantástico y les enseñará que los sueños se pueden volver realidad y a pesar de las adversidades jamás debemos renunciar a ellos. El blog de Pequito, tiene además, otras historias,cuentos y dibujos para el goce de los niños y no tan niños.

Monday, July 28, 2008

BIENVENIDOS A LA HUACA MISTERIOSA





Abandoné este blog por algunas circunstancias, pero nuevameente estoy en el camino. En esta oportunidad les ofrezco el capítulo tres de la segunda parte de mi libro: "Pequito el aventurero. La huaca misteriosa", disfrútenlo. Con la editorial Casatomada estamos en la Feria del Libro en el stand del ALPE.

Esta vez los dibujos están a cargo de Miguel Det, caricaturista del Otorongo de Perú 21.


EL TRONCO EN LA CICLOVÍA


Chicho le había dicho a Pequito antes de partir que la bolsa con el dinero la había escondido dentro de la boca del dinosaurio más grande del museo.

El problema estaba en cómo sacar la bolsa de allí. Cerca al museo estaban los chicos de Plaza Ribeyro. Ellos limpiaban los parabrisas de los autos. Eran siete chiquillos tal como había dicho Chicho los que se peleaban cada vez que el semáforo estaba en rojo para ver quién se quedaba con el auto más lujoso. Pero lo que no sabían las personas es que todos ellos eran hermanos.
Es por eso que todo lo ganado en el día se reunía en una sola bolsa que era escondida bajo de un gran tronco que descansaba en la ciclovía. Era un tronco extraño con un chichón cuyas extensiones semejaban una gran mano cubierta de hojas. A pesar que la municipalidad intentó sacarlo varias veces, los vecinos lo impidieron, pues a su alrededor cientos de flores crecían alegrando el plomizo paisaje provocado por la contaminación de los miles de carros que transitaban a diario. Y, aunque suene increíble, algunas personas decían que el tronco tenía vida, porque había alejado a las personas de mal vivir que merodeaban por el barrio.

Era entonces el escondite perfecto para las ganancias que secretamente se guardaban en dos turnos: al medio día y a las cuatro de la tarde.

Su misión consistía en rescatar la bolsa de dinero de la boca del dinosaurio, entregársela a los chicos y disculpar a Chicho por su osadía. Pero primero tenía que ofrecer las golosinas de su amigo a los transeúntes. Para el mediodía ya había recolectado una buena cantidad de dinero, así que pensó que era hora de intentar ingresar al museo. Esperó al frente y vio llegar un bus lleno de turistas. Fue en ese momento que se escabulló con ellos mientras registraban su entrada.

Sigiloso avanzó por la zona de los animales disecados. Pequito nunca había entrado a un museo ni contemplado seres tan sorprendentes. Un gigantesco oso gris fue lo primero que observó. Luego serpientes y lagartos de la selva amazónica. Tortugas, águilas y halcones estáticos lo observaban a través de sus vidriados ojos de espanto. Búhos, gatos monteses y tigrillos. Los peces de la era prehistórica lo maravillaron.

—El Lenguado se llama ¿solea vulgaris? ¡Qué raro nombre!

Finalmente llegó a la zona de los dinosaurios. Eran réplicas de esos animales que reinaron en la era jurásica: Velociraptores, Triceratops, Pterodáctilos, Braqueosaurios. Sus cabezas parecían querer salir por el techo del museo. Eran gigantescos. Y allí estaba el dinosaurio más grande: el Tiranosaurio Rex. Su boca colosal tenía cientos de colmillos. Era aterrador y a la vez hermoso. Un portento de la naturaleza que desapareció, dicen, debido a los cambios climáticos que provocó la caída de un gran meteorito. Atrapados en las rocas, sus restos fueron descubiertos millones de años después por los paleontólogos.

— ¿Cómo hizo Chicho para meter esa bolsa justo en la boca del dinosaurio? ¿Cómo pretende que entre a sacarla? —se preguntaba Pequito— ¡No! Esto es imposible. No me queda otra que hablar con esos chicos y darles lo poco que he recolectado, ¿qué estuve pensando al querer ayudarlo?

Salió apurado del museo y decidido fue a encarar a los siete muchachos.

El líder del grupo se llamaba Mario, eso le había contado Chicho. Era un muchacho de estatura mediana, de rostro sombrío. La mitad de su cara se ocultaba tras una gorra y todos fervorosamente hacían caso a sus órdenes. Por cierto, era el que menos trabajaba.

— ¡Mario! gritó Pequito.

Todos voltearon a ver quién llamaba a su líder. Mario, sentado en la vereda del centro de la ciclovía, lo observó extrañado.

— ¿Qué quieres, chibolo?
—Soy amigo de Chicho. El que se llevó tu plata.

Uno a uno fueron todos incorporándose de sus sitios para observar mejor a ese menudo muchacho imprudente que venía a desafiarlos.

— ¿Dónde está nuestra plata? Gritó Mario acercándose lentamente a Pequito.
—Mira, acá tengo unos cuantos soles y una bolsa de golosinas. Es todo lo que Chicho te puede dar. Sé que cometió una tontería pero acá te adelanto esto. Te prometo que te devolveré todo en unos días.

Con cada palabra, Pequito iba retrocediendo ante el peligro que lo acechaba.

— ¿Y tú quien eres? ¿Su papá? ¡Que venga Chicho y que responda por lo que hizo! Contigo no tenemos problemas, chiquillo. Así que dile que hable con nosotros porque sino lo vamos a encontrar y le va a salir más caro. Él no va a venir a burlarse ni mucho menos a robar nuestra plata que tanto trabajo costó conseguirla.

Los demás empezaron a formar un arco rodeando a Pequito. No iban a perdonar que venga un mocoso cualquiera a pedir disculpas, hasta que se escuchó un…

— ¡YA, AGÁRRENLO!

Y todos corrieron para atraparlo.
Pequito dio media vuelta y se echó a correr por la ciclovía esquivando las bicicletas.

La pandilla estaba por alcanzarlo, su bolsito artesanal iba saltando de un lado a otro mientras corría y uno de ellos, el más rápido, intentaba arrancárselo. Pequito lo jaló hacia delante y lo cogió fuertemente.
— ¡Vamos, vamos! gritaba Mario.

Sentía que le respiraban en la oreja, estaban a punto de cogerlo cuando repentinamente se topó con el tronco donde los muchachos ocultaban sus ganancias.

Grande fue su sorpresa cuando el pequeño orificio en forma de mano se abrió como un gran boquerón y, al no encontrar otra salida, Pequito se lanzó, sin dudas y sin temor, al interior del mismo.


Lima

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